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Rincón Literario

Rincón Literario

En este apartado, el visitante puede encontrar textos, poemas, artí­culos de interés, y pequeñas historias que hacen referencia a nuestra Hermandad, sus Imágenes, sus vivencias, y sus gentes..


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IN MEMORIAM

En el verano de 1.936,  Don Alfonso Montes, por entonces enterrador del Cementerio Parroquial, firmó una de las páginas más bellas de la historia de nuestra hermandad. Sirva esta reseña, para honrar su memoria, y rendirle desde el recuerdo sentido homenaje:

"........La imagen de "nuestro" Santísimo Cristo  de la Buena Muerte, ese Cristo "Chiquito" (como a veces gustaba llamarlo el añorado Padre José Maria Riocerezo), pero tan inmensamente grande a la vez, y al que con sincera devoción veneramos,  ha podido llegar hasta nuestros dí­as intacta, tal y como la concibió su anónimo autor. No obstante, no pocos han sido los avatares por los que ha tenido que pasar, y, no es para menos, pues tres siglos y medio de existencia  dan mucho de sí.

Recuerdo que, hace algún tiempo, cuando tuvo lugar la exposición "El Emblema de una Hermandad" durante la Semana Santa de 1.998, que un visitante, un señor mayor que recorrió la muestra con mucho interés, después de leer la historia de la hermandad que aparecí­a impresa en el programa de mano elaborado para tal evento, se dirigió al grupo de hermanos que atendí­amos al público, y con viva emoción nos dijo:

-"¡Enhorabuena Señores!. Cuando ví­ el nombre de su hermandad me dije, Voy a entrar a ver......Saben, yo soy de Málaga, y cofrade también del Cristo de la Buena Muerte, que allí­ llamamos El Cristo de Mena......el de los legionarios, que seguro que lo conocen..... -Y añadió después- ¡No saben ustedes la gran suerte que tienen!. Nuestra imagen la quemaron en el año 31, y de ella solo quedó un trozo de pierna y un pié. La que hay ahora, que se sigue llamando Cristo de Mena, aunque de Mena ya no tenga "nada" (Mena era el apellido del autor de la primitiva imagen, Pedro de Mena), es de después de la guerra........Ustedes han podido conservar su imagen a pesar de todo aquello, y eso es envidiable.....¡Y que bonito lo que hizo el enterrador para salvarla!....Eso tendré que contarlo en mi tierra......"

Corrí­a el verano de 1.936,  cuando la terrible ola de odio e intolerancia que desde hacía tiempo andaba sacudiendo España, desencadenó el peor conflicto de su historia reciente, dejándolo todo dividido y enfrentado: dos Españas, dos maneras opuestas de ver la vida, dos bandos irreconciliables, dos zonas.......

Al estallar la contienda, el pueblo de San Lorenzo de El Escorial quedó en la zona que controlaba el bando en el que no era bien vista la Religión, ni todo aquello que tuviera que ver con ella, y aunque hasta entonces nada digno de mención habí­a ocurrido al respecto, finalmente su iglesia Parroquial terminó siendo objeto del expolio y la barbarie. Las sepulturas que en su interior albergaba fueron profanadas, y las imágenes religiosas, arrojadas a la calle sin contemplación para ser destrozadas posteriormente.

Desconozco si alguna de las imágenes que allí­ recibí­an culto pudo salvarse, pero entre las que se perdieron para siempre figuraba la primigenia de la mismísima patrona del Real Sitio, Nuestra Señora de Gracia. Otra pérdida que hubo de lamentarse fué la de la imagen de Santa Lucía, que estuvo expuesta en la capilla del Cementerio Parroquial hasta el 6 de octubre de 1.816.

Ajeno a todo aquello permaneció el Santísimo Cristo de la Buena Muerte gracias al sepulturero, hombre que por cierto, no gozaba de fama de catółico, que llegados los momentos  difíciles para las cosas sagradas, debidos a la fiebre iconoclasta de los exaltados señalada anteriormente, y movido no se sabe porqué sentimientos piadosos, decidió librarle de la destrucción, bien es cierto que, poniendo en juego su propia vida.

Una noche de aquel trágico verano -La noche es propicia para amparar el mal. Pero, otras veces ¡Cuanto bien puede amparar asimismo!-, tomó  la imagen  del Santísimo Cristo en sus manos después de desclavarla de su cruz, y, tras envolverla cuidadosamente en el estandarte de la hermandad, la llevó al  patio de San Miguel, donde los restos de los Padres Agusti­nos esperan la "Trompeta del ángel". Una vez allí­, levantó una de las losas, cavó un hoyo lo suficientemente profundo donde depositó la imagen, y volvió a dejar las cosas tal y como estaban al principio.

Noticia de todo aquello recibió días más tarde, confidencialmente y por boca del propio sepulturero, uno de los hermanos que, a la sazón, ocupaba en aquellos momentos un cargo principal en la hermandad.

Aquel hombre no tenía ni mucho menos fama de santo, ni esperaba recompensa alguna por su acción. Pero arriesgó su vida. No solo en aquellos momentos, sino tantas cuantas veces fuera removida la tierra alrededor, al hacerse fosas contiguas a la de los Padres Agustinos, para enterrar los no pocos cadáveres que casi a diario eran traídos de los frentes, y de los cuatro, pues se cree que eran cuatro, los hospitales de sangre que en el pueblo habí­a.

Los medios de los que se valió el Señor para mover su corazón seguramente escapen al entendimiento de muchos. O tal vez, en su infinita sabiduría, precisamente quiso darnos una lección y que fuera alguien como el, persona de aparentemente poca religiosidad, y de la que no cabía esperar tal gesto, quien llevara a cabo con la mayor discreción, tan noble y arriesgado cometido, queriendo aí­ demostrar que no todo en este mundo tiene porqué de ser blanco o negro, y que no se debe juzgar a las personas por las apariencias y sin conocerlas, pues, hacer el bien no parte a menudo de las creencias o las ideas preconcebidas, sino del interior del ser humano.

Cuando los cañones dejaron de entonar sus fúnebres melodías en los frentes, se procedió a la recuperación de la Sagrada Imagen.

Allí­, en el lugar que, confidencialmente, había sido revelado, realizados los trabajos oportunos, tras tres años de sepultura entre los muertos, como Rey de ellos que era por haber vencido a la propia Muerte, apareció el Santí­simo Cristo. Estaba en bastante buen estado dadas las circunstancias, solo la humedad había desunido sus piezas y le faltaban un pie y algún dedo.

No podí­a decirse lo mismo del estandarte de la hermandad en que fue envuelto, que se llevó la peor parte, quedando muy deteriorado.

Para entonces, ya no estaba a cargo del camposanto Don Alfonso Montes, que así­ se llamaba aquel piadoso sepulturero. No se sabe muy bien lo que ocurrió, aunque tampoco es difícil de intuir. Solo se sabe que el resto de su existencia transcurrió en Madrid, donde se ganó la vida ejerciendo el modesto oficio de zapatero, que tuvo y sacó adelante a una familia que le quiso, y que falleció sosegadamente a avanzada edad en la compañí­a de los suyos.

No hay constancia de que su generosidad fuera correspondida, y recibiera homenaje o reconocimiento alguno por haber salvado la imagen del Santí­simo Cristo de una mas que posible destrucción. Ni siquiera por parte de la hermandad, pues nada al respecto consta en el libro de actas o los archivos de la misma. Tan solo su nombre fugazmente mencionado en alguna publicación local que, de vez en cuando, al referirse al Santí­simo Cristo o a la hermandad, se hace eco del suceso.

El único reconocimiento que se me antoja recibió el bueno de Don Alfonso, aparte de la satisfacción personal de estar en paz consigo mismo por no haberse cruzado de brazos y hacer el bien, debió de ser la del propio Santísimo Cristo, que, a juzgar por el gran cariño con que le recordaba una nieta suya, debió de procurarle "una vida serena", y al final de sus dí­as, una muerte, que sino llegó a ser "Santa"....., al menos debió de ser, merecidamente "Buena".........."

Manuel de Dompablo Fernández
Abril de 2.00
7

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LAS ANDAS DEL SANTISIMO CRISTO

(Texto publicado en el Semanario Escurialense en el año 1949)

 

Una vez se incorporó nuestra Hermandad, definitivamente, a la Semana Santa Escurialense, se imponí­a hacer algo importante, que denotara su presencia como Cofradí­a Procesional.

¿Y qué hacer entonces?. Dos eran los caminos a seguir para lograrlo. Uno, el más sensacional como conjunto,: uniformar a todos cuantos Hermanos fuera posible. El otro camino: Dar el mayor esplendor a nuestra Venerada Imagen para que procesionara como merecía. 
Y como la Hermandad del Santísimo Cristo es sobre todas las cosas (porque así­ debe ser) esencialmente espiritual, no existía dilema, ante el problema de poder hacerlo todo. Habí­a que ornar al Santísimo Cristo con lo mejor...Con unas andas dignas de él, y para su mayor relieve en las procesiones locales.

Sin apenas recursos, sin Hermanos pudientes, sin otra cosa que mucha Fé, y mucho entusiasmo, contra tantas dificultades como surgieron,....Las andas del Santí­simo Cristo de la Buena Muerte, gracias a la colaboración económica de Hermanos, Entidades Oficiales, Pueblo y Colonia en general, tuvieron casi cubierto su presupuesto económico, y el resto que faltaba, no dejaría de ser donado por tantos más que aún no lo hicieron, y sin duda quieren entregar su donativo.


Foto: Archivo Hermandad 

Y.estamos contentos, lector amable. Y tú, cuando las veas en la exposición que se efectuará en la Peña de San Lorenzo, también observarás claramente su belleza.
Un trazo clásico perfecto, con ornamentación cuajada de oro, fondo severo y altura propicia para elevar más la Imagen, produciendo una sensación pletórica de elegancia a fin de aumentar más la vistosidad del Crucificado, compendian la fina sensibilidad de su trazador y ejecutor, artista esclarecido de nuestro pueblo, D. Alfredo del Moral, perfectamente secundado en el trabajo por la labor de carpintería, efectuada en los talleres del acreditado D. José del Callejo.

La Hermandad del Santí­simo Cristo, comienza así­ a demostrar  fehacientemente su entusiasmo por la Semana Santa, con estas andas para su Imagen veneradísima.

Andas que si son una expresión de arte, son también una manifestación de Amor inmenso a Jesús Crucificado, y de sacrificios grandes, considerando los problemas económicos de la Hermandad. Pero, todo sea por Dios, por San Lorenzo de El Escorial, y su Semana Santa.

LA DIRECTIVA

 

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AL CRISTO DE LA BUENA MUERTE

(Poema dedicado, escrito en el año 1.951)
    ¡Cristo de la Buena Muerte
    ¡Jesús mi lirio de Espinas!
    Al buscarte reverente,
    quiero yo besar la frente
    de esa cabeza Divina.

     Yo he visto escrito en tu Cruz
    ¡oh Divino Redentor!
    que tu muerte fué la luz
    que ilumina el cielo azul,
    la corona del Perdón.

    Seréis mi lirio encendido
    y por amor torturado;
    ¿qué piensas hacer Dios mí­o,
    si te encuentras dolorido
    y por mi culpa olvidado...?

    Yo quiero a Vos acercarme
    lleno de pena y dolor
    porque queréis enseñarme
    que moristeis por amor,
    y con amor sublimarme.

    Señor: porque tenemos pendiente
    una cuenta de pecados.....
    ¿A que esperáis Jesús ardiente
    de que seamos librados
    de una muerte repelente....?

    Si mi cuenta no has borrado
    déjame besar tus llagas,
    en esas carnes divinas
    para sentirme abrasado
    con la cruz de tus espinas

    Quiero yo verme humillado
    ante tu faz indulgente,
    quiero siempre agradecerte
    ante tu trono adorado
    tu justicia tan clemente.

    Quiero mi Cristo Doliente
    yo pedirte arrodillado
    por aquel impenitente
    que sus piernas no ha doblado
    ¡Cristo de la Buena Muerte!.

    Quiero ante tu muerte serena
    que fué sublime y divina
    dés a tu grey peregrina
    una muerte santa y buena
    ¡Cristo, el de las Espinas!

    Danos ya el perdón dichoso
    desde tu cruz redentora.....

    Tus cofrades piadosos
    contritos muéstranse ahora
    ante su Rey Victorioso.

    Esperando en el presente
    de este perdón que me alcanza
    déjame besar tu frente,
    ¡Señor de las Esperanzas!    ¡Cristo de la Buena Muerte!

  Fermí­n Criado
(Hermano del Stmo Cristo de la Buena Muerte)

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LA COFRADIA DEL SANTISIMO CRISTO DE LA BUENA MUERTE

 

(Texto publicado en el Semanario Escurialense, aunque se desconoce la fecha,
tal vez en los años 50)


Ved como desfallece abrevado con hiel; con espinas, clavos y
Lanza han traspasado su cuerpo; manan agua y sangre; la tierra
El mar, los astros y el mundo son lavados en éste rico río.
(Himno Litúrgico del Viernes Santo)

                 Foto: Archivo Hermandad

Crudo contraste el que nos ofrece la imagen del Santísimo Cristo de la Buena Muerte, traspasado su cuerpo y manando sangre, con el blanco de las túnicas de sus cofrades. El escurialense, como buen español, se deleita en los contrastes, necesita de ellos y se echa en sus brazos para dar mayor vigor a sus imágenes. ¿Acaso una buena muerte, con todo su renunciamiento no es también un contraste, sublime, con lo que se espera en la otra vida?.

Erguido en su cruz, el Santísimo Cristo de la Buena Muerte contemplará este año a su grey, apagada en torno suyo, formando una parte importante de la procesión que lenta transcurre por las calles y atrae, aquí­ una saeta; allí una oración; un contrito penitente al torcer aquella esquina y en cualquier momento la angustia y la esperanza que asoman a los ojos del más insignificante de sus devotos; verá que no hay falta en tanta riqueza de sentimientos, que son muchos los cofrades que le aman de verdad, que todos ellos, pobres, ricos, artesanos, intelectuales, ven en la culminación de una vida dura y llena de penalidades, pero con acendradas raí­ces de religiosidad. Verá en sus rostros curtidos y rudos un contraste a su fervor, porque en muchos de ellos arde el celo apostólico que hace aumentar de año en año el número de Hermanos, y su corazón se hinchará de gozo ante la lealtad de una Cofradía que desde sus orí­genes, en el año 1816, se mantuvo fiel, incluso en épocas adversas y de persecución, y que ahora sigue luchando por dar más esplendor a la Semana Santa.

Serán muchos los que en este momento piensen en El Escorial; para unos será, tal vez, reflejo del espí­ritu de su Fundador, para otros la gran Piedra lí­rica de España, sí­ntesis del ideario imperial, para este quizás un palacio oriental..y para aquel, haciendo abstracción de todo lo demás, una fuente de aires purísimos. Pocos serán, en fin, quienes lo singularicen por su Semana Santa y puede que incluso piensen que no merece la pena mencionarla por vulgar y rutinaria. No saben que la realidad es otra. Que son varias las Cofradías que rivalizan en hacerla más esplendorosa; que es austera y sobria, de hondo sabor litúrgico, cual corresponde a su espí­ritu castellano, si bien no es obstáculo para que aparezcan también en ella esas pinceladas de color y esa multiplicidad de facetas que la alejan de un sentimiento puritano y tétrico de la Religión y de la vida.

Jesús Sastre.

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LUZ DE FE EN LA PROCESION DEL SILENCIO

(Artí­culo publicado en el Semanario Escurialense en a finales de los años 50)

 

Magní­fico colofón el de la Semana Santa Escurialense con la Procesión del Silencio en marcha hacia el cementerio. Hay en esa caravana masculina que asciende lentamente cruzando el pueblo, una impresionante desnudez de almas de mucho más valor que el reverbero efecticista de los hachones encendidos.

Porque con la misma sobriedad litúrgica que en los Oficios de la mañana han quedado los altares sin adornos ni ornamento alguno, en la Procesión del Silencio, despojado ya el hombre de su signo exterior de penitente, se da paso a un recogimiento interior tan saturado de espiritualidad, que difícilmente pueden parangonarse sus frutos con los de cualquier otra manifestación de la Semana Santa.

Y surge entonces un singular colorido, donde solo parece advertirse el tenue amarillo de unas velas, iluminando entrecortadamente el negro cerrado de la noche. Visión limitada contemplar la luz física, cuando el efluvio de la gracia, penetrando ya arrolladora en las almas, las inunda presentándolas cara a cara toda la cruda realidad de un más allá, sustituido en aquellos momentos  por un infinito corporeizado en las tumba de nuestros mayores.

        Foto: Katia Navas

¿Estampa tétrica?. En absoluto. Donde hay Esperanza, Misericordia y Gracia, no puede haber tenebrosidades, sino luminosidad sin lĂímites. Y por ello, no es ninguna paradoja que la noche del Viernes Santo escurialense sea quizá la más colorista del año, porque aún sin sol, probablemente oscurecido el astro de la noche, y sin apenas externo alguno, están brillando al uní­sono las luces del arrepentimiento de cientos de hombres, cuya única Cruz de Guí­a es entonces la decidida obstinación por salvarse eternamente.

Valor inapreciable de un Credo, que, tras escuchar la voz del Pastor, se reza, abierta o susurradamente, junto a la puerta del camposanto. El lugar, la hora, el ambiente, otorgan al símbolo de la fé una significación especial. Tan especial, que puede compararse, sin forzamiento alguno, al que el pasado Año Santo, tuvimos la dicha de rezar miles de españoles, desde el Coliseo Romano, en una noche de Ví­a-Crucis imborrable. Porque allí­ y aquí­, por encima de las distancias, lugares y épocas, siempre el mismo Cristo, la misma Fe e incluso el mismo martiriologio.

La noche del Viernes Santo en El Escorial iluminada con gracia y penitencia, es el fruto espiritual inexcusable de unas jornadas de meditación realista, que comenzaron en el Monasterio al filo de las tumbas de esos magnates que en la tierra fueron todo y ya nada son, acabando con una plegaria cálida junto al pacífico reposo de nuestros muertos. Plegaria de la más honda sinceridad, porque se crece con el valor del silencio sepulcral y ya está santificada con el beso dado al Cristo de la Buena Muerte, cuyas heridas, poco más tarde, serán restauradas, en la majestuosidad serena de la noche del Gólgota, con el aroma generoso y vivificante de los pinos escurialenses.

Ernesto Caballero

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ORACION AL SANTISIMO CRISTO DE LA BUENA MUERTE

                Foto: Archivo Hermandad

En el alma, Señor, tu luz divina
es amor y seráfica dulzura;      
sin tu luz todo es noche, noche oscura,
noche horrenda de sombras y neblina.
Y esa luz que las almas ilumina,  
ese vestirse el alma de hermosura,
en esa cruz se dio; luces y albura
que encierra tu mirada cristalina.
Y viéndote morir de esa manera
pendiente de la cruz el cuerpo inerte,
se pasa el tiempo, hasta el dolor espera,
y el alma llora por piedad de verte;
más, cuando ya doliente el hombre muera
dale, Señor, tan buena y santa muerte.


                                                La Soledad de Marí­a                                                   

Mirad su luto y lágrimas de pena,
su corazón doliente y traspasado,
palidez en su rostro nacarado     
y esa mirada triste aunque serena.
Sintamos de piedad el alma llena,
de dolor el espíritu anegado;       
mirad su llanto: Vió crucificado  
al Hijo, y está sola: Triste escena;
aunque somos tan solo pecadores,
mitiguemos piadosos los dolores 
de su triste y amarga soledad,     
enjuguemos su llanto cristalino.   
y su mirar tan dulce y ambarino
destile su radiante claridad.       
 
                                            Ante Jesús que expira                                                    

Señor, cuando te miro en la cruz clavado
y contemplo tu cuerpo tan doliente
de la tosca y pesada cruz pendiente,
con fuertes clavos a ella asegurado,
y contemplo la sangre que destilas
en llagas de tu cuerpo sacrosanto  ,
cuando contemplo de tu madre el llanto
junto a la cruz en donde te aniquilas ,
Señor, confuso lloro mi pecado,     
te amo, Señor, como aún no te había amado,
y he recibido ya tu dulce luz.         
Que no puedo olvidarme de esta escena
de gracia, de dolor y de amor llena 
de Cristo nuestro Dios muriendo en cruz.

José Marí­a Suarez Campos
Nazareno